En este caso, la entrevista creativa fue realizada a Félix Othatceguy, vecino del Barrio San Martín de la ciudad de Santo Tomé (provincia de Santa Fe). Él es una persona de aquella que da gusto escuchar por las experiencias vividas y la pasión que le incorpora a cada uno de los relatos sobre su vida.
Personaje Barrio San Martín: Félix Othatceguy
NO HAY QUE ESTAR LEJOS PARA SENTIR NOSTALGIA
Las ciudades están repletas de personajes, individuos comunes que se caracterizan por “llegar” de una manera particular a las personas: porque “caen” muy bien, o porque su mal carácter es único en su especie, y los hace ser alguien “especial”.
Todos los barrios de Santo Tomé tienen su representante: así como Margarito marcaba su territorio en el Barrio Libertad repartiendo diarios y gritando “dale Colón”; así como El loco Luna recorre las avenidas principales relatando los partidos de Boca y entonando canciones del Grupo Cali; el barrio San Martín quizás tenga a unos de los personajes más lúcidos de la ciudad.
Nuestro protagonista de hoy es, como muchas veces se dice: “un ser especial”. En su persona se combinan las más amorosas palabras, la solidaridad y la voluntad de servir al otro, la amabilidad y la simpatía, con la arrogancia y la terquedad, quizás propia de una persona que se encuentra cerca de su octava década de vida. De todos modos, sus virtudes son más visibles que sus defectos, lo que lo hace ser alguien muy querido en la ciudad.
Su domicilio es conocido por todos, y no es difícil encontrar el camino para llegar. Córdoba 2006: la casa de la esquina en donde habita este hombre de apellido difícil, que resiste todo tipo de pronunciación y de escritura. Lo cierto es que es de origen vasco-francés y que son pocos los que conocen su forma correcta. Se escribe “Othatceguy”.
Bastaron unos suaves golpes de manos para que su esposa, siempre atenta a la llegada de algún visitante, saliera al encuentro y me recibiera con un caluroso abrazo de bienvenida.
— ¡Negro, mirá quién vino!, sonaron los casi-gritos de la amable mujer, que siempre recibe a las visitas de la misma manera: un afectuoso saludo y un mate calentito.
Si uno no conoce la casa por dentro, es posible perderse entre tantas puertas cerradas y pasillos laberínticos, pero la voz fuerte del caballero llegó a mi encuentro, por lo cual no fue necesario hacer un tour por la vivienda en busca de él.
Una gran sonrisa se dibujó por debajo de sus bigotes canosos y prolijamente cortados, y su gran figura me envolvió con un abrazo.
“Félix, del latín: feliz, dichoso” describe una placa colgada en la pared del comedor. Dicen que los nombres describen la esencia de las personas, y en este caso lo es: siempre alegre y con buen sentido del humor, servicial y bien predispuesto a ayudar al que necesita, este cordobés fanático de 76 años, es de aquellos que nunca tiene problemas con nadie. Trabajador desde chico, es el mecánico al que todos concurren cuando los problemas automotores caen desde el cielo, o simplemente no arranca el auto.
— ¿Por qué elegiste la mecánica?
— Porque me gustaba. A pesar de trabajar en el campo cuando tenía 14 o 15 años, empecé a “meterme con los fierros” en una estancia en Laboulage y ahí trabajé con los tractores. Después entré a trabajar a los talleres del gran Ricardo Rizatti, que fue corredor de automovilismo -y ya van cuatro generaciones que van corriendo, aclara. Luego me fui a Córdoba capital para estudiar el secundario y una carrera técnica, donde me recibí de técnico mecánico. A los 23 años, entré en la fábrica FIAT y trabajé ahí hasta que me jubilé. A partir de ahí, seguí trabajando por mi cuenta, en un taller que tuve en mi casa unos años, hasta que dije, “¡basta! No trabajo más, me cansé”. Pero la mecánica es algo que me apasiona y por eso trabajé toda mi vida de eso. Tuve la gran suerte de estudiar lo que me gustaba y de trabajar de lo que me gustaba. Ahora eso se complica un poco porque los jóvenes, muchas veces, tienen que trabajar de lo que encuentran y no de lo que realmente quieren. Por eso digo que tuve suerte.
— En el ’69 estabas en Córdoba, trabajando en FIAT. ¿Cómo viviste el Cordobazo?
— Vos sabés que el Cordobazo fue realizado por obreros industriales, sobre todo por los sindicatos. En esa época ya era jerarquizado en FIAT, ya era jefe. Yo me acuerdo que ese día pude entrar a la fábrica, no pude salir porque nos paraban en la puerta. La pasamos bastante mal porque entró gente infiltrada, gente de la izquierda que se metió con armas en la planta. Nos dispararon, no mataron a nadie dentro de la planta pero los tenían amontonados a todos. Había caras que no se conocían, que no nos dejaban salir.
La familia pasó un momento de estupor porque no tenía noticias nuestras, los teléfonos estaban cortados, ¡fue muy feo! Nos habían cerrado las puertas del edificio administrativo: habían puesto un tractor para que no se abriera la puerta, y además le habían desinflado las cubiertas para que no lo muevan. E incluso, muchas puertas las habían soldado para que la gente no saliera. La pasamos bastante mal hasta que vino la policía, hizo guardia en la fábrica, pero se vinieron los 3.500 o 4.000 obreros que había en el lugar, gritándole barbaridades a la policía y al ejército que también estaba presente. Y tomaron la fábrica, se metieron adentro y ahí hicieron todo el desastre. Bastante feo la pasamos pero hoy, gracias a Dios, es una aventura para mí.
Todos los barrios de Santo Tomé tienen su representante: así como Margarito marcaba su territorio en el Barrio Libertad repartiendo diarios y gritando “dale Colón”; así como El loco Luna recorre las avenidas principales relatando los partidos de Boca y entonando canciones del Grupo Cali; el barrio San Martín quizás tenga a unos de los personajes más lúcidos de la ciudad.
Nuestro protagonista de hoy es, como muchas veces se dice: “un ser especial”. En su persona se combinan las más amorosas palabras, la solidaridad y la voluntad de servir al otro, la amabilidad y la simpatía, con la arrogancia y la terquedad, quizás propia de una persona que se encuentra cerca de su octava década de vida. De todos modos, sus virtudes son más visibles que sus defectos, lo que lo hace ser alguien muy querido en la ciudad.
Su domicilio es conocido por todos, y no es difícil encontrar el camino para llegar. Córdoba 2006: la casa de la esquina en donde habita este hombre de apellido difícil, que resiste todo tipo de pronunciación y de escritura. Lo cierto es que es de origen vasco-francés y que son pocos los que conocen su forma correcta. Se escribe “Othatceguy”.
Bastaron unos suaves golpes de manos para que su esposa, siempre atenta a la llegada de algún visitante, saliera al encuentro y me recibiera con un caluroso abrazo de bienvenida.
— ¡Negro, mirá quién vino!, sonaron los casi-gritos de la amable mujer, que siempre recibe a las visitas de la misma manera: un afectuoso saludo y un mate calentito.
Si uno no conoce la casa por dentro, es posible perderse entre tantas puertas cerradas y pasillos laberínticos, pero la voz fuerte del caballero llegó a mi encuentro, por lo cual no fue necesario hacer un tour por la vivienda en busca de él.
Una gran sonrisa se dibujó por debajo de sus bigotes canosos y prolijamente cortados, y su gran figura me envolvió con un abrazo.
“Félix, del latín: feliz, dichoso” describe una placa colgada en la pared del comedor. Dicen que los nombres describen la esencia de las personas, y en este caso lo es: siempre alegre y con buen sentido del humor, servicial y bien predispuesto a ayudar al que necesita, este cordobés fanático de 76 años, es de aquellos que nunca tiene problemas con nadie. Trabajador desde chico, es el mecánico al que todos concurren cuando los problemas automotores caen desde el cielo, o simplemente no arranca el auto.
— ¿Por qué elegiste la mecánica?
— Porque me gustaba. A pesar de trabajar en el campo cuando tenía 14 o 15 años, empecé a “meterme con los fierros” en una estancia en Laboulage y ahí trabajé con los tractores. Después entré a trabajar a los talleres del gran Ricardo Rizatti, que fue corredor de automovilismo -y ya van cuatro generaciones que van corriendo, aclara. Luego me fui a Córdoba capital para estudiar el secundario y una carrera técnica, donde me recibí de técnico mecánico. A los 23 años, entré en la fábrica FIAT y trabajé ahí hasta que me jubilé. A partir de ahí, seguí trabajando por mi cuenta, en un taller que tuve en mi casa unos años, hasta que dije, “¡basta! No trabajo más, me cansé”. Pero la mecánica es algo que me apasiona y por eso trabajé toda mi vida de eso. Tuve la gran suerte de estudiar lo que me gustaba y de trabajar de lo que me gustaba. Ahora eso se complica un poco porque los jóvenes, muchas veces, tienen que trabajar de lo que encuentran y no de lo que realmente quieren. Por eso digo que tuve suerte.
— En el ’69 estabas en Córdoba, trabajando en FIAT. ¿Cómo viviste el Cordobazo?
— Vos sabés que el Cordobazo fue realizado por obreros industriales, sobre todo por los sindicatos. En esa época ya era jerarquizado en FIAT, ya era jefe. Yo me acuerdo que ese día pude entrar a la fábrica, no pude salir porque nos paraban en la puerta. La pasamos bastante mal porque entró gente infiltrada, gente de la izquierda que se metió con armas en la planta. Nos dispararon, no mataron a nadie dentro de la planta pero los tenían amontonados a todos. Había caras que no se conocían, que no nos dejaban salir.
La familia pasó un momento de estupor porque no tenía noticias nuestras, los teléfonos estaban cortados, ¡fue muy feo! Nos habían cerrado las puertas del edificio administrativo: habían puesto un tractor para que no se abriera la puerta, y además le habían desinflado las cubiertas para que no lo muevan. E incluso, muchas puertas las habían soldado para que la gente no saliera. La pasamos bastante mal hasta que vino la policía, hizo guardia en la fábrica, pero se vinieron los 3.500 o 4.000 obreros que había en el lugar, gritándole barbaridades a la policía y al ejército que también estaba presente. Y tomaron la fábrica, se metieron adentro y ahí hicieron todo el desastre. Bastante feo la pasamos pero hoy, gracias a Dios, es una aventura para mí.
— ¿Cómo llegaste a Santo Tomé?
— A Santo Tomé llegué porque la fábrica FIAT compró la fábrica DKW. Tiraron todo lo que había de DKW, rompieron todo para que no se vendiera nada. Se tiró todo y se puso el material que producíamos nosotros en la fábrica con los tractores. Se hizo la fábrica nueva prácticamente. Ahí empezamos a trabajar con la producción de tractores: se han hecho hasta 45 tractores por día, era una producción hermosa, se estaba trabajando muy bien. Y cuando un jefe de inspección (porque yo pertenecía a la parte de inspección) me dijo “tenés que ir a Santa Fe a hacerte cargo de la sala de prueba de motores”, tuve que venir nomás. Me daban más jerarquía, me daban más sueldo y económicamente me convenía mucho porque a partir de ahí mi situación económica cambió notablemente.
Después tuvimos que pasar muchos malos tragos. En la parte sindical, sobre todo en la época del 73 al 76, ¡fue desastroso! Nadie podía trabajar porque te tiraban con una tuerca, un tornillo, un pedazo de hierro, te lo tiraban por la cabeza. Nosotros llevamos obreros al médico con la cabeza lastimada de un “fierraso” que le pegaban porque trabajaban. Lo que hizo la política sindical fue desastroso, fue lo peor que viví en mi vida –frunce su frondoso ceño, como si sus recuerdos hicieran carne en ese mismo momento. Bastaba que se pusiera un delegado adelante y no te dejaba trabajar, y si trabajabas te rompían la cabeza. Y eso es lo que tuvimos que aguantar, hasta el feliz día –enfatiza- que sacaron a Isabel. Entonces a partir de ese día no se vio más a ningún piquetero que estaban en las puntas de las líneas trabajando y desaparecieron todos. Dónde se me metieron, no sé, pero la gente empezó a trabajar nuevamente.
— ¿Cómo viviste la dictadura dentro de la fábrica?
— Eso lo viví feo. Como jerarquizado recibí muchas amenazas; cuando venía tarde a casa tenía que mirar a los costados para ver si alguien me seguía, si había alguien escondido. Era la época que ponían una bomba por el solo hecho de ser jefe, te amenazaban descaradamente. Tenías que tener una forma especial de hablar con los obreros, con una delicadeza extrema, como si hablaras con un adolescente, porque se ofendían y te mandaban un paro en el momento. Yo tuve la suerte de poderlos comprender bastante porque me dediqué mucho a la parte de psicología del personal: había un psicólogo que nos daba cursos del cual aprendí muchísimo, y podía, más o menos, tratar con los obreros más rebeldes y no tuve grandes problemas. Pero hubo gente que fue atacada dentro de la fábrica, golpeada por el solo hecho de ser jefe y a no decir nada porque te paraban la fábrica.
Otra cosa que se hacía en esa época era tapar la cloaca de los baños, entonces cuando la cloaca se tapaba se iban todos de la fábrica, eran las 10 de la mañana y no quedaba nadie, se iban todos a la ruta y cada uno para sus casas. Hacían daño, rompían motores, rompían máquinas que valían alrededor de 100 mil dólares: le metían una barreta adentro, la ponían en marcha y rompían un engranaje, y así, han hecho cosas desastrosas. Uno se pone a revivir eso y dan ganas de llorar –recuerda con indignación.
Al parecer, Félix olvida los treinta mil desaparecidos que dejó la dictadura, como también las víctimas que se cobraron los atentados de las fuerzas “revolucionarias”. Quizás, su trago amargo en aquella época pasó únicamente por la pérdida de su fuente de trabajo, al momento que cerró la fábrica FIAT en el año 79.
— A Santo Tomé llegué porque la fábrica FIAT compró la fábrica DKW. Tiraron todo lo que había de DKW, rompieron todo para que no se vendiera nada. Se tiró todo y se puso el material que producíamos nosotros en la fábrica con los tractores. Se hizo la fábrica nueva prácticamente. Ahí empezamos a trabajar con la producción de tractores: se han hecho hasta 45 tractores por día, era una producción hermosa, se estaba trabajando muy bien. Y cuando un jefe de inspección (porque yo pertenecía a la parte de inspección) me dijo “tenés que ir a Santa Fe a hacerte cargo de la sala de prueba de motores”, tuve que venir nomás. Me daban más jerarquía, me daban más sueldo y económicamente me convenía mucho porque a partir de ahí mi situación económica cambió notablemente.
Después tuvimos que pasar muchos malos tragos. En la parte sindical, sobre todo en la época del 73 al 76, ¡fue desastroso! Nadie podía trabajar porque te tiraban con una tuerca, un tornillo, un pedazo de hierro, te lo tiraban por la cabeza. Nosotros llevamos obreros al médico con la cabeza lastimada de un “fierraso” que le pegaban porque trabajaban. Lo que hizo la política sindical fue desastroso, fue lo peor que viví en mi vida –frunce su frondoso ceño, como si sus recuerdos hicieran carne en ese mismo momento. Bastaba que se pusiera un delegado adelante y no te dejaba trabajar, y si trabajabas te rompían la cabeza. Y eso es lo que tuvimos que aguantar, hasta el feliz día –enfatiza- que sacaron a Isabel. Entonces a partir de ese día no se vio más a ningún piquetero que estaban en las puntas de las líneas trabajando y desaparecieron todos. Dónde se me metieron, no sé, pero la gente empezó a trabajar nuevamente.
— ¿Cómo viviste la dictadura dentro de la fábrica?
— Eso lo viví feo. Como jerarquizado recibí muchas amenazas; cuando venía tarde a casa tenía que mirar a los costados para ver si alguien me seguía, si había alguien escondido. Era la época que ponían una bomba por el solo hecho de ser jefe, te amenazaban descaradamente. Tenías que tener una forma especial de hablar con los obreros, con una delicadeza extrema, como si hablaras con un adolescente, porque se ofendían y te mandaban un paro en el momento. Yo tuve la suerte de poderlos comprender bastante porque me dediqué mucho a la parte de psicología del personal: había un psicólogo que nos daba cursos del cual aprendí muchísimo, y podía, más o menos, tratar con los obreros más rebeldes y no tuve grandes problemas. Pero hubo gente que fue atacada dentro de la fábrica, golpeada por el solo hecho de ser jefe y a no decir nada porque te paraban la fábrica.
Otra cosa que se hacía en esa época era tapar la cloaca de los baños, entonces cuando la cloaca se tapaba se iban todos de la fábrica, eran las 10 de la mañana y no quedaba nadie, se iban todos a la ruta y cada uno para sus casas. Hacían daño, rompían motores, rompían máquinas que valían alrededor de 100 mil dólares: le metían una barreta adentro, la ponían en marcha y rompían un engranaje, y así, han hecho cosas desastrosas. Uno se pone a revivir eso y dan ganas de llorar –recuerda con indignación.
Al parecer, Félix olvida los treinta mil desaparecidos que dejó la dictadura, como también las víctimas que se cobraron los atentados de las fuerzas “revolucionarias”. Quizás, su trago amargo en aquella época pasó únicamente por la pérdida de su fuente de trabajo, al momento que cerró la fábrica FIAT en el año 79.
— Recién hablabas de los sindicatos y de su modalidad de trabajo, ¿Qué es para vos el trabajo?
— Para mi es lo fundamental para poder vivir, necesario para la vida, es necesario como comer. Vos tenés que comer para poder vivir, pero también tenés que trabajar para poder vivir, no sólo porque tenés que reunir el dinero para alimentarte, sino que es física y mentalmente necesario. Y el trabajo es la fuente que tenemos en el país y es lo que nos lleva adelante, lo que puede engrandecer a nuestra patria, y es necesario para que el mundo camine.
— Después de la fábrica, ¿qué cambió en tu vida?
— Después de la fábrica trabajé en mi casa con mi señora. Mi hija ya se había casado, así que vivíamos tranquilos los dos. Tenía un taller de mecánica del automotor para ir haciendo algo, y con eso fui trabajando hasta cierta edad; ya me había jubilado, así que dije “vamos a descansar, vamos a trabajar un poco menos”.
— ¿Cómo desempeñaste tu trabajo en el taller?
— Trabajaba solo, nunca quise meterme con nadie porque ya conocía a la gente, y un obrero te hacía perder más tiempo, porque tenías que enseñarle algunas cosas del oficio, o si hacía algo mal la tenía que hacer yo de vuelta, y quedaba mal con el cliente. Entonces preferí trabajar menos, lo hacía bien y no tenía reclamos de nadie. Siempre trabajé solo, las horas que quería, a mi propia voluntad. Yo era bastante conocido en mi trabajo: la gente relacionaba mi taller con mi nombre, así que imaginate, siempre tenía clientes para atender.
Y lo dejé porque estaba muy cansado. En realidad, al taller me lo hizo dejar mi señora. Primero, porque para seguir trabajando tenía que comprar herramientas que son muy caras, y no valía la pena invertir semejante dinero para emplear las nuevas tecnologías. De lo contrario, tendría que trabajar con Renoletas y Ford Falcon, pero esos coches ya estaban pasados, bastante dañados y si vos le arreglabas una cosa, salía otra, y no valía la pena trabajar ya. Entonces un día, mi señora me dice “vos no trabajás más” y cuando me descuidé me había escondido en el galpón todas las herramientas, me las sacó y nunca supe donde las puso hasta que las vendió o las prestó. No me dejó nada. Y bueno, ¡mi señora es así!
— ¿Cómo es el trabajo del mecánico hoy?
— Hoy es totalmente distinto. Yo tengo mi auto y tengo que llevarlo al mecánico porque la tecnología ha cambiado tanto que yo no puedo “meterle mano” sin herramientas especiales, computadora y demás cosas, que se necesitan para trabajar en un auto moderno. Yo tengo mi auto y tengo que recurrir a otro mecánico.
Yo recuerdo que antes tenía unos cartones o planchas gruesas que usaba para tirarme abajo del auto, o tenía la grúa o el gato para levantarlo. Ahora están las fosas, donde tienen todo el equipamiento de computadora, cables, enchufes. Antes el diagnóstico del auto lo daba el mecánico en función a lo que veías que tenía el auto. Ahora la computadora mide todos los parámetros: los mecánicos de hoy solo tienen que enchufar dos o tres cables y listo. Es todo mucho más fácil, menos sacrificado y más seguro.
A pesar que hace 39 años que está radicado en Santo Tomé, su amor por la ciudad y la provincia que lo vió nacer y criarse es incondicional, y los lazos que lo unen a ella son indestructibles. La Cadena 3 Argentina, o “la radio de Córdoba”, como Félix suele decirle, se escucha desde unos metros afuera de su casa, como una manera de delimitar que esa casa es territorio cordobés.
— ¿Qué significa Córdoba en tu vida?
— Ah… ¡lo más grande que hay en el mundo! La adoro a Córdoba –con un brillo especial en los ojos y un nudo en la garganta, medita en silencio por unos segundos- porque es hermosa. Tiene lo mejor: tiene agua, río, sierras, de todo. ¡Hasta chicas lindas!
— ¿Qué cosas quedaron en Córdoba?
— Quedaron amigos, amigas, familiares –con sus puños, seca sus ojos llenos de lágrimas. Eso ha quedado en Córdoba, aunque nos seguimos visitando. ¡Me encanta ir a Córdoba! Si yo tengo unos días de vacaciones, yo no me voy a Mar de Plata, yo me voy a Córdoba. Es locura que uno tiene de adorar una provincia. Allá está lo mejor que uno pueda buscar: desde los paisajes hasta los personajes destacados. ¡De verdad! Vos escuchás a un periodista que le hace una entrevista a algún científico, deportista, médico, etc., ¡y son cordobeses! Y… -esbozando una sonrisa orgullosa en sus labios, seguida de una risa prolongada- los buenos somos así.
— ¿Y cómo es Félix?
— A Félix le pondría de 1 a 10, un 8.50, dado a que soy de estar mucho en la calle, que salgo mucho. Por ejemplo, mi señora me dice que vaya comprar el pan y demoro media hora para ir una cuadra y volver. ¡Pero porque me encontré con amigos y converso! –explica intentando justificarse. Yo tengo muchos amigos, sobre todo en el barrio. Digamos que todos me conocen, la gente me quiere mucho, entonces siempre me quedo charlando con alguien por el camino. Yo creo que eso me baja el puntaje (risas).
— ¿Tenés algún vicio?
— Ahora no. Mi vicio era el baile, la diversión, algo de cigarrillo que ya lo dejé. Nunca fui jugador, ni un peso. Solo juego con amigos, pero no por dinero, sino por el solo hecho de jugar para divertirnos.
Yo de joven era bastante “vaguito”. Me gustaba mucho salir, ir a bailar, y cuando vos vas a un baile no bailás con otro chico, como hacen ahora. Yo nunca en mi vida bailé con un chico, siempre lo hice con una chica. Además, no se bailaban sueltos tampoco, se bailaba más o menos “apretadito” –esboza una sonrisa pícara, como buscando complicidad para sus hazañas. De eso podría arrepentirme, pero como lo hice cuando no estaba casado, no me arrepiento del todo.
— ¿Cómo imaginás tu vida en 10 años?
— Yo tengo 76 años, pero me siento como de 40. Ando bien, con ánimo. Yo espero, cuando tenga 86 años, tener salud para andar bien, y vivir una vida un poco más pausada, tranquila pero vivirla bien. Es lo que quiero, creo en Dios y confío en que nos pueda ayudar.
— Suponiendo que existe otra vida después de ésta, ¿qué te gustaría ser?
— Médico porque me gusta la medicina, la investigación y salvar vidas. Pero como no llegué a eso, ayudo a la gente que puedo, al viejito que necesita algo y siempre es una forma de colaborar. ¡Y quedarme en Córdoba! ¡La docta!
Félix pareció tener una regresión a su infancia, a sus recuerdos de Córdoba, a su amor de toda la vida. Después de compartir unos ricos y amargos mates, y de haber “hablado de la vida”, el mediodía llegó a Santo Tomé.
Recordar, del latín: re – cordis, volver a pasar por el corazón. Los recuerdos son parte de uno mismo: se viven y se sienten como si fueran el primer día, como si fueran la primera vez. Al fin y al cabo, es de lo que uno vive, de lo que pasa por el corazón una y otra vez. “No hay que estar lejos para sentir nostalgia”, dice una canción. Por lo visto, lo lejos o lo cerca no se mide en kilómetros, sino en base a los recuerdos que uno conserva… vaya uno a saber.
Un fuerte abrazo y la súplica de “cuidate” cerraron la tierna despedida. Tal vez esta conversación permanezca por siempre en su corazón, como quedan todas aquellas personas a las que quiere; como quedan aquellas personas que lo aceptan y quieren como el “personaje” que es.
— Para mi es lo fundamental para poder vivir, necesario para la vida, es necesario como comer. Vos tenés que comer para poder vivir, pero también tenés que trabajar para poder vivir, no sólo porque tenés que reunir el dinero para alimentarte, sino que es física y mentalmente necesario. Y el trabajo es la fuente que tenemos en el país y es lo que nos lleva adelante, lo que puede engrandecer a nuestra patria, y es necesario para que el mundo camine.
— Después de la fábrica, ¿qué cambió en tu vida?
— Después de la fábrica trabajé en mi casa con mi señora. Mi hija ya se había casado, así que vivíamos tranquilos los dos. Tenía un taller de mecánica del automotor para ir haciendo algo, y con eso fui trabajando hasta cierta edad; ya me había jubilado, así que dije “vamos a descansar, vamos a trabajar un poco menos”.
— ¿Cómo desempeñaste tu trabajo en el taller?
— Trabajaba solo, nunca quise meterme con nadie porque ya conocía a la gente, y un obrero te hacía perder más tiempo, porque tenías que enseñarle algunas cosas del oficio, o si hacía algo mal la tenía que hacer yo de vuelta, y quedaba mal con el cliente. Entonces preferí trabajar menos, lo hacía bien y no tenía reclamos de nadie. Siempre trabajé solo, las horas que quería, a mi propia voluntad. Yo era bastante conocido en mi trabajo: la gente relacionaba mi taller con mi nombre, así que imaginate, siempre tenía clientes para atender.
Y lo dejé porque estaba muy cansado. En realidad, al taller me lo hizo dejar mi señora. Primero, porque para seguir trabajando tenía que comprar herramientas que son muy caras, y no valía la pena invertir semejante dinero para emplear las nuevas tecnologías. De lo contrario, tendría que trabajar con Renoletas y Ford Falcon, pero esos coches ya estaban pasados, bastante dañados y si vos le arreglabas una cosa, salía otra, y no valía la pena trabajar ya. Entonces un día, mi señora me dice “vos no trabajás más” y cuando me descuidé me había escondido en el galpón todas las herramientas, me las sacó y nunca supe donde las puso hasta que las vendió o las prestó. No me dejó nada. Y bueno, ¡mi señora es así!
— ¿Cómo es el trabajo del mecánico hoy?
— Hoy es totalmente distinto. Yo tengo mi auto y tengo que llevarlo al mecánico porque la tecnología ha cambiado tanto que yo no puedo “meterle mano” sin herramientas especiales, computadora y demás cosas, que se necesitan para trabajar en un auto moderno. Yo tengo mi auto y tengo que recurrir a otro mecánico.
Yo recuerdo que antes tenía unos cartones o planchas gruesas que usaba para tirarme abajo del auto, o tenía la grúa o el gato para levantarlo. Ahora están las fosas, donde tienen todo el equipamiento de computadora, cables, enchufes. Antes el diagnóstico del auto lo daba el mecánico en función a lo que veías que tenía el auto. Ahora la computadora mide todos los parámetros: los mecánicos de hoy solo tienen que enchufar dos o tres cables y listo. Es todo mucho más fácil, menos sacrificado y más seguro.
A pesar que hace 39 años que está radicado en Santo Tomé, su amor por la ciudad y la provincia que lo vió nacer y criarse es incondicional, y los lazos que lo unen a ella son indestructibles. La Cadena 3 Argentina, o “la radio de Córdoba”, como Félix suele decirle, se escucha desde unos metros afuera de su casa, como una manera de delimitar que esa casa es territorio cordobés.
— ¿Qué significa Córdoba en tu vida?
— Ah… ¡lo más grande que hay en el mundo! La adoro a Córdoba –con un brillo especial en los ojos y un nudo en la garganta, medita en silencio por unos segundos- porque es hermosa. Tiene lo mejor: tiene agua, río, sierras, de todo. ¡Hasta chicas lindas!
— ¿Qué cosas quedaron en Córdoba?
— Quedaron amigos, amigas, familiares –con sus puños, seca sus ojos llenos de lágrimas. Eso ha quedado en Córdoba, aunque nos seguimos visitando. ¡Me encanta ir a Córdoba! Si yo tengo unos días de vacaciones, yo no me voy a Mar de Plata, yo me voy a Córdoba. Es locura que uno tiene de adorar una provincia. Allá está lo mejor que uno pueda buscar: desde los paisajes hasta los personajes destacados. ¡De verdad! Vos escuchás a un periodista que le hace una entrevista a algún científico, deportista, médico, etc., ¡y son cordobeses! Y… -esbozando una sonrisa orgullosa en sus labios, seguida de una risa prolongada- los buenos somos así.
— ¿Y cómo es Félix?
— A Félix le pondría de 1 a 10, un 8.50, dado a que soy de estar mucho en la calle, que salgo mucho. Por ejemplo, mi señora me dice que vaya comprar el pan y demoro media hora para ir una cuadra y volver. ¡Pero porque me encontré con amigos y converso! –explica intentando justificarse. Yo tengo muchos amigos, sobre todo en el barrio. Digamos que todos me conocen, la gente me quiere mucho, entonces siempre me quedo charlando con alguien por el camino. Yo creo que eso me baja el puntaje (risas).
— ¿Tenés algún vicio?
— Ahora no. Mi vicio era el baile, la diversión, algo de cigarrillo que ya lo dejé. Nunca fui jugador, ni un peso. Solo juego con amigos, pero no por dinero, sino por el solo hecho de jugar para divertirnos.
Yo de joven era bastante “vaguito”. Me gustaba mucho salir, ir a bailar, y cuando vos vas a un baile no bailás con otro chico, como hacen ahora. Yo nunca en mi vida bailé con un chico, siempre lo hice con una chica. Además, no se bailaban sueltos tampoco, se bailaba más o menos “apretadito” –esboza una sonrisa pícara, como buscando complicidad para sus hazañas. De eso podría arrepentirme, pero como lo hice cuando no estaba casado, no me arrepiento del todo.
— ¿Cómo imaginás tu vida en 10 años?
— Yo tengo 76 años, pero me siento como de 40. Ando bien, con ánimo. Yo espero, cuando tenga 86 años, tener salud para andar bien, y vivir una vida un poco más pausada, tranquila pero vivirla bien. Es lo que quiero, creo en Dios y confío en que nos pueda ayudar.
— Suponiendo que existe otra vida después de ésta, ¿qué te gustaría ser?
— Médico porque me gusta la medicina, la investigación y salvar vidas. Pero como no llegué a eso, ayudo a la gente que puedo, al viejito que necesita algo y siempre es una forma de colaborar. ¡Y quedarme en Córdoba! ¡La docta!
Félix pareció tener una regresión a su infancia, a sus recuerdos de Córdoba, a su amor de toda la vida. Después de compartir unos ricos y amargos mates, y de haber “hablado de la vida”, el mediodía llegó a Santo Tomé.
Recordar, del latín: re – cordis, volver a pasar por el corazón. Los recuerdos son parte de uno mismo: se viven y se sienten como si fueran el primer día, como si fueran la primera vez. Al fin y al cabo, es de lo que uno vive, de lo que pasa por el corazón una y otra vez. “No hay que estar lejos para sentir nostalgia”, dice una canción. Por lo visto, lo lejos o lo cerca no se mide en kilómetros, sino en base a los recuerdos que uno conserva… vaya uno a saber.
Un fuerte abrazo y la súplica de “cuidate” cerraron la tierna despedida. Tal vez esta conversación permanezca por siempre en su corazón, como quedan todas aquellas personas a las que quiere; como quedan aquellas personas que lo aceptan y quieren como el “personaje” que es.
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